lunes, 31 de enero de 2011

un día en Madrid


“gorrión ¿no?, joder o es una paloma normal, bueno bueno, espera, coño,¿ una gaviota??”, luis se tambaleaba de un  lado a otro de la calle, su cabeza  alta y su cuerpo desacompasado se balanceaban sin orden ni lógica. “eh, eh, un momento, pero en Madrid…¿¿ cómo va a ser una gaviota??jajajaja, vaya mierda llevo niño” . su paso era rápido pero su objetivo no era claro. Unos cuantos peatones se apartaban a su paso, y algunos miraban apenados. Un hombre borracho caminaba sin rumbo por Madrid. Era casi mediodía y su vida estaba rota.
El sol cubría tres tercios de la calle Alcalá, desde su puerta hasta la Cibeles. La Gran Vía lucía gloriosa desde abajo y se gustaba al cumplir sus 100 años. El edifico Metropolis, con su ángel  sublime en lo alto, contemplaba su calle, dividiendo Alcalá en dos. Un día de sol y temperatura suave había amanecido mientras Luis aún seguía en la noche anterior, su último recuerdo quedaba quieto a las 2,45 am en aquella puerta del Retiro.
Mientras esperaba en el semáforo  que , junto a la Casa de América, controlaba el tráfico del paseo de la Castellana, su cabeza daba vueltas. Una vez hubo vomitado junto a un perro que le miraba sereno,  emprendió la aventura de cruzar la calle. Al llegar a la mediana del paseo un recuerdo claro y directo de la noche anterior  apareció súbitamente, unas lágrimas, un anillo y un beso.
El sol continuaba su juego del escondite y la cuenta atrás había comenzado. El cielo de Madrid, cuyos colores se fundían sobre la terraza del casino, se tornaba rojo mientras unos japoneses, tan quietos , fotografiaban a diestro y siniestro. Luis recuperaba su equilibrio poco a poco y se sorprendía del bullicio que se apoderaba de la Puerta del Sol.
Como un flash de alguna cámara réflex, la imagen de Laura, se quedó parada. ¿ Le había pedido matrimonio? ¿Se atrevió al final? Una punzada en la sien le hizo cortar la respiración. Una migraña parecía un invitado no deseado para sus pensamientos.
aquel hombre descuidado y sucio se le acercó a pedirle dinero, en sus bolsillos encontró un objeto redondo, su respuesta mecánica fue un “no tengo nada amigo”, pero su tacto le demostró lo contrario. Una vez el hombre se hubo marchado, sacó una cajita ovalada y de piel. Con sumo cuidado la abrió. Un anillo de pedida de oro y diamantes .
“aquí, en este kilometro cero, en este centro de Madrid, en el punto donde todas las carreteras nacen, donde todos los años nace un nuevo año, aquí donde una vez nacimos, quiero pedirte que te cases conmigo, que seas la mujer de mi vida , mi origen, mi km.0 y mi final, mi todo”. Laura quedó quieta, sonrió y finalmente asintió. Mientras los dos lloraban, la noche les cubrió, serían marido y mujer.
Todo empezaba a cuadrar, su mente empezaba a coordinar datos, fechas, lugares. El efecto de la borrachera se disipaba y sus ojos comenzaban a humedecerse. Una angustia le recorría el cuerpo mientras andaba los primeros pasos de la calle Arenal. Pero, ¿dónde estaba Laura? ¿por qué aún tenía el anillo?. Mientras sus pasos se aceleraban, una multitud a lo lejos le llamó la atención. Unas luces azules daban a entender un trágico suceso. A la altura de la parroquia de San Ginés, una mujer yacía tendida, su pelo era rubio y largo y la sangre, formando un charco opaco, a su lado. “ha sido un atraco”, “ ella se ha resistido”. Mientras un presentimiento negro le inundaba el cuerpo, comenzó a temblar, su abrigo, sus botas…todo
 parecía encajar. Se acordaba que habían bebido celebrando su próximo enlace, se habían besado y reído. Un comentario a destiempo de Luis había hecho daño a Laura, que se marchó del bar llorando. Él, orgulloso y borracho la había dejado marchar.
Ahora, ella estaba allí,inmóvil junto a una ambulancia y un coche de policía y él corrió. La plaza de Oriente le sorprendió llorando y mojado por la lluvia. Subió corriendo las escaleras de aquel hostal con una decisión ya tomada. La locura que se había apoderado de él no le dejó pensar en cerrar la puerta con cuidado o incluso cerrarla. Se tumbó en la cama y cogiendo el arma cerró los ojos, uno, dos, tres…despertó sudando. Laura dormía respirando suavemente. Lloró.
En ese momento pensó que los sueños no sólo valen para desear lo que no tenemos, también para apreciar lo que ya poseemos.

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