El
pasado lunes me quedé enganchado a la televisión como no hacía en mucho tiempo.
No era un partido de Champions o una etapa reina del Tour de Francia. No era un
debate de nuestros líderes políticos o alguna serie americana que pueda
salvarse de la criba. Me quedé completamente rendido al programa de entrevistas
de Bertín Osborne, “Mi Casa es la Tuya”.
Nunca
he sido un gran aficionado al cantante, autor y showman madrileño nacido en
1954, y criado entre el Puerto de Santa María y Jerez de la Frontera. Siendo
honestos tampoco me he interesado por su carrera lo más mínimo en los pasados
años. Menos me ha llamado la atención su más que comentada vida privada,
aireada en la prensa rosa todo este tiempo.
Alguna
vez he oído algún problema personal que ha tenido, incluyendo alguna muerte
prematura o enfermedad en su familia. Pero a pesar de ello, siempre me ha
parecido un tipo campechano, como dicen del Rey Juan Carlos, siempre sonriente
a la cámara y en definitiva, un tio con estrella. Ha creado una fundación a raíz
de la enfermedad de su último hijo y siempre ha sido un duro crítico con la
situación actual de Venezuela y sus defensores (su mujer es venezolana).
En las
últimas semanas su nombre ha estado relacionado con los papeles de Panamá y al
parecer, y de momento, ha dado la cara. Aunque su participación o no en el
fraude al fisco español no es aún clara, sí que es cierto que en el pasado tuvo
algún problema con Hacienda que fue resuelto previa multa.
Una vez
situado al personaje volvamos a la noche del lunes. No encontraba concentración
en mi lectura y decidí engancharme a la “caja tonta” buscando algún programa
para no pensar. Reconozco que a veces me relaja la sucesión de imágenes y el
ruido de fondo de la tele. En ocasiones, necesitamos el cerebro desenchufado.
El
programa de Bertín comenzaba en el coche. Su mujer Fabiola al lado y él
dirigiendo su todoterreno a la finca de Fran Rivera. Uhm, Fran Rivera, pensé,
mientras cogía el mando para apagar la televisión directamente.
Algo me
hizo detenerme. El programa avanzaba y a medida que iban adentrándose en la entrevista, lentamente mi atención iba in crescendo.
Comenzaba
Francisco hablando de su infancia, cómo recordaba a su abuelo Antonio Ordóñez,
cómo veía torear a su padre Paquirri, sus juegos con Cayetano, hermano y a la
vez torero. El tono pausado de Bertín, paternalista y tierno en todo momento,
daban a la entrevista un aurea de intimidad como si hubiéramos sido invitados a
una conversación de esas profundas que dejan huella.
De
verdad que el entrevistado nunca me ha causado ni simpatía ni rechazo,
simplemente indiferencia. Pero la entrevista que llevaba Bertín hacia su
terreno hacía sacar lo mejor del personaje aunque dijera cosas duras, siempre
sinceras. Se creaba un ambiente de confianza y confidencialidad muy próximo a
una reunión entre hermanos que habían quedado para, quizás, limpiar los trapos
sucios de la familia.
Parecía
como si el personaje estuviera siendo sometido a un lavado de imagen brutal sin
miedo a enfrentarse a las preguntas más duras, ¿cómo te llevas con tu ex mujer?
¿Cómo fue la muerte de tu madre?
La
música del programa es brillante, The Well Pennies, David Lanz, algunos temas versionados,
como por ejemplo de U2(existen listas en Spotify del programa). La edición del
montaje es bien cuidado, las fotografías siempre mostrando un momento de
intimidad bien escogido. Es un programa hecho con mimo y detalle. Recientemente,
se ha traslado de la parrilla de TVE a Telecinco con bastante polémica después
de la entrevista que TVE quiso vetar con la intervención de Pedro J. Ramírez.
Sinceramente, TVE se lo pierde.
El
protagonista no es Bertín y no se esfuerza porque así lo sea. Deja que el
entrevistado maneje la entrevista siempre con un tono de confianza y confort
que el espectador capta a cada segundo. Sí que es verdad que el momento cocina
puede aburrir en cierto punto, normalmente ninguno sabe cómo cocinar un huevo y
no se sonrojan por ello. Bertín intenta encender el fuego y las risas son
predecibles. Pero no es ahí donde la emoción del televidente se fusiona con los
protagonistas.
Fran
dice, “la muerte de mi madre fue un palo, (…) la cocaína entra en un hogar y
destruye todo”. Bertín traga saliva, el entrevistado se emociona. No es falsa
emoción aunque no lloré, es sentido. Momento brutal.
Y ahí
en el sofá, cuando querías desconectar de un día de trabajo interminable, has
asistido a un momento precioso de alguien que no simpatizas especialmente, que
ni conoces.
Has
consumido el programa bebiéndolo a sorbos largos y sosegados. Tu atención ha
sido captada de una manera bien hilada y resolutiva. Verás el siguiente.
Alguien
se ha metido en tu salón, de la mano de Bertín, que no será periodista, ni el
hombre más admirado de España, pero que ha conseguido que una conversación
entre dos personas desconocidas se convierta en un momento emocionante, con una
reflexión, ¿son los diálogos que tenemos en el día a día sobre cosas mundanas
de nuestra vida, pequeñas obras de arte que se nos escapan de las manos como la
arena? ¿Nos perdemos conversaciones o momentos con nuestra familia o amigos que
son tesoros irrepetibles?¿Hemos perdido la habilidad de disfrutar una buena
charla?