domingo, 15 de abril de 2012

HASTA AHORA





Ella le miró con sus ojos rasgados y tenues. Sujetando el aliento y apretando el puño le pidió que no se fuera. Llovía tan fino que las gotas de agua rozaban la piel de los dos amantes sin casi fricción. Él, le miró como sólo los enganchados a la droga del amor pueden hacerlo, aquellos que se despiertan temblando con ganas de ella. Ella, le apartó la mirada para ocultar su pena. No eran más que dos cuerpos diminutos en la inmensidad del universo, mas la unión de esas fuerzas tan entregadas suponía una explosión de fuerza y rabia.
El barco que entraba al puerto, avanzaba lento , como si de un cuadro marino se tratara. Un marinero asomaba por la cubierta, con brazos de mar y mirada triste. Aquel, distaba millas de  la escena de amor que se daba en la playa. No había atisbo de una noche fría, pero las olas del mar batían fuerte y chocaban en la orilla como si el mar quisiera participar en la despedida, manifestar que la vida es tan efímera que un “adiós” era como perder un “bienvenido”.
Su pelo fino mostraba un brillo a trigo que la humedad iba oscureciendo, sus manos grandes se posaban en su cuello con suavidad. Sus ojos se encontraron y se besaron con la mirada. El contacto más bello del amor. Se dijeron todo y a la vez nada. Se habían besado así mil veces, se habían odiado así millones, se había entendido así cientos, pero nunca se habían dicho adiós para siempre.
Lejos quedaba aquel encuentro. Se habían mirado por primera vez, y se entregaron el alma el uno al otro. Habían buscado durante años un alma gemela que daban por perdida. Sellaron un pacto eterno que firmaron al instante y sus vidas se fusionaron. Vinieron tormentas y corrientes peligrosas, tensaron cuerdas y deshicieron nudos, pero existía un pacto no escrito de aguantar el barco, de flotarlo siempre hasta puerto seguro.
La lluvia se hacía cada vez más espesa y fuerte. El abrazo era indestructible. Habían pasado más de cuarenta años de unión y la despedida era inmediata. Necesitaban un hasta ahora y su fe les decía que había que creer. Algo tan grande no estaba hecho para ser temporal, había algo eterno en todo aquello. En esa playa de la vida, en ese mar de lo peligroso, de lo desconocido. Había algo misterioso en aquel barco y en ese marinero que llegaba lentamente a puerto, a la hora fijada, en el día señalado. Habían oído hablar de ese marinero, observando en cubierta. Aquel que recogía a las almas en cada puerto y separaba el acero.
Era la hora. El barco había entrado en el puerto. Él le susurró al oído, “hasta ahora”. Ella le sonrió. La imagen quedó quieta. Como un cuadro marino que un día observé de niño. El barco se alejaba con sus dos ocupantes en la proa. Ella repetía, “hasta ahora”.