lunes, 29 de agosto de 2011

El hombre de la playa


Paseaba despacio saboreando cada paso. Miraba al horizonte mientras paraba por un momento, y segundos después, una vez captado el momento, emprendía su marcha solitaria a ritmo constante. Su rastro se podía seguir kilómetros a través de las huellas suaves que se marcaban en la arena y , a lo lejos, se convertía en un punto que nunca desaparecía. Parecía sacado de una película de los 60, con un color raído por el tiempo y unas líneas trazadas sin fuerza, una foto vieja que colgaba de un marco. Le recuerdo bien, como si fuera ayer, y siempre en aquella playa.
Mi familia veraneaba en aquella villa pequeña con sus casas blancas, sus persianas verdes y sus gentes humildes. Los caminos eran secos, pero el aire húmedo. Recuerdo aquella playa de arena dura y aguas claras. Metida en una bahía tranquila, las olas no eran peligrosas y barquitos anclados se balanceaban mientras esperaban ser botados. Nunca había demasiada gente pero no la recuerdo vacía en años. Parecía un paisaje de cuadro, hecho sin prisas.
La primera vez que le vi, contaría con 12 años y me sacó de las ruedas de un tractor que limpiaba la playa y que casi me arrolla. Quedé en estado de shock, y fue mi héroe. Me tranquilizó y abrazó hasta que mis padres se dieron cuenta de lo ocurrido. A partir de ese momento todos los años acudía a su cita, silencioso y paseando por la arena de la playa.
Siempre quise pararle y agradecerle su gesto, decirle que gracias a él seguía vivo y que nunca fui lo suficientemente hombre para agradecérselo como se merecía.
Los años pasaban puntuales a su cita y sus correspondientes veranos se consumían, mientras crecía y maduraba. Paso un lustro hasta que volví a mi playa y , con la mirada madura del hombrecito en el que me había convertido, busqué a aquel héroe que salvó mi vida. A lo lejos un punto, y a medida que se acercaba , se erigía un hombre bueno. Con sus pantalones azules de paño y su camiseta a rayas, caminaba despacio. Paraba un rato y atisbaba el horizonte que su memoria había aprendido. Ahí estaba un año más, sólo y entregado a sus huellas que se marcaban suaves en la arena.
¿Se acordaría de mi?¿tendría el valor suficientes este año?¿le diría que me salvó la vida? No pasó ese año, ni al siguiente, no tuve el valor.
Mis niños crecían y compartían sus juegos en la arena de aquella playa con sus primos y amigos. Mis padres envejecían con la sonrisa de sus ojos en sus nietos y yo, aún seguía buscando a mi héroe en aquella orilla.
Aquella mañana la brisa del mar era fuerte y el viento venía de lovento. Las corrientes marinas eran fuertes y los niños jugaban cerca de sus padres.
A lo lejos, un hombre salía del mar. Sus pantalones azules y su camiseta a rayas goteaban mientras entre sus brazos sostenía a un niño. Mientras el tumulto se acercaba a la orilla y socorrían al chico que a duras penas respiraba, el hombre se acercó a mí. Sus ojos de héroe viejo me miraron, y acercándose a mi oído me susurró : “gracias por haberme buscado todos estos años, siempre estuve aquí, a tu lado.”
Nunca olvidaré la primera vez que hablé con mi ángel de la guarda.