Capítulo 1
Llegué mareado y confuso. No era sólo que el
dichoso pueblo no apareciera en el mapa, por no tener no tenía ni un cartel.
Era un conjunto de casas viejas y de piedra, apiladas aprovechando un espacio
que parecía no faltar. La meseta que precedía al valle era extensa y boscosa.
El aíre frio se colaba en los pulmones cual cuchillo afilado, irrespirable.
Llevaba una camiseta de hilo grueso que se había empapado en cuestión de
segundos. La humedad no era normal, no para la época en la que llegué a lo que
fue, de largo, la aventura de mi vida.
Unos cuantos aldeanos sentados en el porche de
una casa en ruinas, se miraban mascando hierbajos. Parecía aquellas
conversaciones que tienen en silencio los que se conocen desde niños. El ruido
de mis pisadas les despertó de su letargo y giraron levemente los ojos, casi
imperceptiblemente:
No se movieron un ápice, lo prometo. Aquel
grupo de hombres me ignoró por completo. Miré al suelo, casi avergonzado y
prendí mi mochila por un asa, colgándomela del cuello sin un atisbo de
esperanza.
¿Cuántos kilómetros había recorrido ya a pie? La
carretera se había cortado hace al menos 15 horas y los coches se disponían en
filas. Muchos de aquellos conductores se habían dado la vuelta. Pero…¿era el
único que buscaba ese lugar? Nunca me había fallado el sentido de la
orientación. En mis tiempos de boy scout era el encargado de dirigir a los
grupos. Sabía orientarme en terrenos boscosos, sin sol al que pedir ayuda.
Gracias a un sistema de reconocimiento de árboles mediante señales y pistas,
podía asegurar un refugio o hallar el tesoro de un juego. No cabía duda de que
este era el pueblo que buscaba. Era sin lugar a dudas, el sitio donde se
ubicaba el Gran Hotel.
Fue en 2008, cuatro años atrás, cuando las
primeras referencias a un hotel de fantasía habían llegado a mis oídos. Mis
viajes a la India, Perú, Brasil, China, Argentina y Kenia habían despertado en
mí unas ansias por viajar y conocer que no tenían límite alguno. Había
invertido todos mis ahorros en viajar a través del mundo, empaparme de todas
las culturas alrededor del globo pero me faltaba algo. Siempre me intrigaron
las leyendas que me contaban de niño y nunca dejé de creer en ellas. Por ello,
al leer aquellas líneas en un foro de viajeros, mi corazón dio un vuelco. El
comentario de aquel bloguero, danubiorojo, no tenía más que un 7 de puntuación
y una credibilidad incierta: “he vuelto de la experiencia de mi vida, dios mio,
ha merecido la pena, no lo pude conseguir, gracias a todos.” Las respuestas que
tenía aquel danubiorojo fueron 1204, y sólo dos me dieron alguna pista. Las
otras respuestas se esforzaron en preguntarle algún detalle más, pero no
obtuvieron respuesta alguna. “Danubiorojo fue un honor compartir aquella
experiencia contigo, me tuve que retirar antes, ¿cómo es la segunda planta?”
“Recupérate pronto danubiorojo, fuerza desde Ucrania, algún día nos volveremos
a ver en el Gran Hotel”.
Los siguientes meses me llevaron a una
búsqueda obsesiva de datos sobre aquel danubiorojo y ese Gran Hotel, llegué a
leer cosas increíbles, mentiras, falsos reclamos o timadores aprovechados. Puse
todo mi empeño en contactar con aquel bloguero. Cuando todas mis esperanzas se
empezaban a esfumar, llego un mensaje misterioso a mi bandeja de entrada: “sólo
halla quien persigue, sólo nada quien se moja, sólo el Danubio te lleva al Gran
hotel”. Lo firmaba danubiorojo y todo comenzó a cambiar.
Los siguientes meses se centraron en la
búsqueda de un hotel llamado Gran Hotel a lo largo de los 2888 km de longitud del
Danubio, el famoso río europeo, segundo más largo de Europa detrás del Volga.
Al mismo tiempo, intenté contactar con aquel bloguero que nunca respondía.
Leí miles y miles de historias que parecían
cuentos de niños sobre aquel hotel. Al parecer no había reservas ni tenía una
dirección exacta. Muy pocas personas en el mundo se habían alojado en él. Y los
que lo habían hecho no habían contado claramente cómo era o las condiciones de
alojamiento. No había referencias sobre empleados, habitaciones o equipamiento.
No aparecía en ningún buscador y muchos hablaban de invención. Un día, bien
entrada la tarde y tras horas de investigación, encontré un reportaje de un
periodista ruso en una hemeroteca virtual de un periódico. El artículo se
extendía unas 7 páginas hablando de la cultura y tradición de los países por
los que cruzaba el Danubio. El río adquiere los siguientes nombres por los países por
donde pasa: Donau (en Alemania y Austria), Dunaj (en Eslovaquia), Duna (en
Hungría), Dunav (en Croacia, Serbia, Bulgaria y Ucrania) y Dunarea (en
Rumania). El periodista mencionaba sus tramos favoritos, refiriéndose a
Hungría, dónde el río separaba Buda de Pest mostrando un paisaje idílico y a
Rumanía, donde moría en el Mar Negro, formando el delta del Danubio, una región
de marismas y pantanos poco poblados. Aquí, seguía, encontró la sorpresa más grata,
en forma de sueño del que nunca despertó. La pista de este reportaje más el
bloguero danubiorojo hicieron centrar mis esfuerzos en la búsqueda de alguna
pista en Rumania. Este había sido un país corrompido por el comunismo. En la
década de 1980 Nicolae Ceauşescu inició una política que tenía como objetivo
acabar con la deuda externa. El método fue la denominada "racionalización"
de artículos de primera necesidad como
carne, leche, huevos, agua corriente y luz eléctrica. Como respuesta a la
situación del país, estalló la Revolución Rumana de 1989. Ceauşescu había perdido el apoyo del
ejército y fue detenido, juzgado y ejecutado junto a su esposa y consejera Elena
Ceauşescu, el día de Navidad.
Me trasladé a Rumanía a principios del año 2011 y lo
recorrí por tierra, mar y aíre. Me empapé de su cultura, de sus gentes y de su
lengua. A veces me preguntaba que hacía allí, cual había sido el motivo de mi
aventura, de mi viaje. Hablé con viajeros, turistas, aldeanos, autoridades,
blogueros. Nadie parecía conocer el Gran Hotel, algunos de ellos me tomaban por
loco, la mayoría. A otros les despertaba un interés efímero que se esfumaba a
medida que entraba en detalles. Otros, los menos, prometieron investigar.
Cuando a finales de año mis esperanzas se agotaban, un nuevo mensaje apareció
en mi bandeja de entrada, era danubiorojo: “mi aventura acaba aquí, no llegué a
la última habitación, esa que es la soñada, de la que todos hablan. Tu reto,
comienza hoy, porque lo has luchado, porque en tu interior lo buscas día y
noche, porque estás preparado. Coge la carretera principal de Galati y llega
hasta el Danubio donde acaba la carretera. Guíate a pie por tu instinto a
través del bosque, al llegar al porche de la casa de piedra pregúntales a
ellos. Pocos han llegado allí y menos han logrado descifrar el secreto,
suerte.”
Los aldeanos no habían dicho una palabra sobre el hotel,
pero algo me decía que estaba cerca. Mi corazón galopaba fuerte como si fuera a
estallar y mis manos temblaban. Tras una búsqueda de cuatro años se estaba
acercando el momento y desconocía si merecería la pena. A lo lejos, una gran
casa de piedra quedaba incrustada en la montaña rocosa. Emergía de allí una
escalera destruida y sin posamanos. Entre el primer y tercer escalón existía un
vacio que sólo un gran salto podía salvar. En lo alto del techo, un letrero colgaba
de un clavo medio oxidado, a medida que me acercaba podía descifrar su
significado, era cierto, estaba ahí:
“G An HoT L”
Aquí era: Gran Hotel, mi viaje llegaba a su fin, pero…¿era
una broma?¿qué era todo aquello? Parecía un sitio abandonado, viejo,
descuidado. Una broma de mal gusto. Me acerqué a la puerta y giré el pomo. Mis
ojos no paraban de moverse guardianes e inquietos. Empujé la puerta despacio y
tragué saliva.
Fue el momento más sorprendente de mi vida, fue la imagen
más surrealista que había vivido.
Un amplio hall se hallaba delante de mí, su geometría
circular y abierta hacía de los innumerables pisos que se extendían hacia
arriba una forma grandiosa e infinita. La escalera de oro y las amplias
lámparas de diamantes hacían de la imagen un cuento a la altura de las mil y
una noches. Los huéspedes sonrientes y felices no desentonaban con el personal,
trajeados y atentos. Había llegado a un oasis en el desierto, a un espejismo en
el que perderse sin ser molestado.
- “Bienvenido al Gran Hotel señor. Usted es recomendado por
danubiorojo. Tiempo de búsqueda: cuatro años. Su habitación es la número 13, le
deseamos una estancia maravillosa, mucha suerte”.