lunes, 6 de febrero de 2017

Waiting in lounge...Filipinas






 
 
 
 
 
 
Viajar es para algunas personas el bálsamo para curar heridas y tratar enfermedades del alma, pero también significa para muchos un gran paréntesis, a lo kit-kat, en el frenético ritmo de vida en el que estamos en la sociedad actual. Esta generación, que corre andando por las calles con la cabeza en ángulo de 45º, no desconecta de las redes sociales ni de las tecnologías que nos aíslan en este mundo más aldeano que global como nos quieren vender. Pero este es un debate más amplio para otro momento.

Decía que viajar es cultura aunque no todo el mundo viaje igual. Los hay que eligen destinos turísticos y concurridos, con escaso movimiento, que va de la piscina a la playa. Los hay que viajan a ciudades con historia. Los hay que contratan paquetes con deportes y actividades. Pero los hay que eligen lugares más inexplorados. Últimamente me encuadro en este último grupo, que obliga a estrujar un poco más el cerebro logísticamente hablando y a rastrear opiniones, no siempre fiables, de viajeros y páginas de, a veces, dudosa credibilidad.

Asia es un destino potente en cuanto a expectaciones y complicado en la realidad. El viajero optimizará recursos y tiempo cuanto antes se dé cuenta que no va a visitar una estructurada ciudad europea ni que va a realizar un crucero por el Mediterráneo. A Asia debes ir a introducirte en el mundo asiático que dista mucho del mundo occidental al que estamos acostumbrados. Sobre todo si viajas con un presupuesto normal sin grandes lujos.

La experiencia de Tailandia hace dos años fue una primera inmersión de este humilde viajero. Mi primera noche en Bangkok fue inolvidable. La ciudad se convertía antes mis ojos y mi nariz, invadidos por cientos de luces y olores, en una maraña de ruidos y coches, motos y personas, gritos y gente. Entraba en el caos de lleno, intentando absorber las experiencias de una noche.

No es fácil llegar a Filipinas. Ni está cerca ni es directo. Eso le debió parecer también a Miguel López de Legazpi, que estableció el primer asentamiento español en Filipinas en 1565, fundando la isla de Cebú. Seis años más tarde, fundó la ciudad de Manila, que se convertiría en el centro administrativo y económico del Imperio español en Asia y puerto de partida del galeón de Manila con destino Acapulco. A Legazpi le recuerdan bastante en Manila donde tiene recuerdos suficientes en forma de calles, monumentos o estaciones de metro. Se nota la presencia española en esos tres siglos de colonización. Tienen una gran influencia en sus costumbres, cultura y sobre todo en la religión católica que se extiende a lo largo y ancho de la península y sus islas.

Los Estados Unidos apoyaron la Revolución Filipina, y posteriormente la Guerra hispano-estadounidense que dio lugar a la cesión de las islas por España a Estados Unidos en 1898. La influencia americana es significativa en las infraestructuras y el diseño de las calles. El inglés es usado por un sector de población más culto, pero pocos saben apenas alguna palabra de español.

La moneda es el peso filipino pero comer, dormir, en definitiva vivir sale muy barato en Filipinas.

Manila es Asia pura, es un Bangkok, quizás menos concentrado pero igualmente sucio y caótico. Los filipinos son gente simpática, y sin esa picardía con el turista de otros destinos asiáticos. Al tener menos visitas de extranjeros, el trato es más dedicado y correcto. No intentan llamarte como a un animal para timarte, para que nos entendamos.

Es una población feliz. Y me explico. Nunca me había pasado en ningún país anteriormente visitado, que la gente canturreara y riera todo el rato. Me recordaba mucho al libro de Roald Dahl titulado Charli y la fábrica de chocolate, donde los Oompa-Loompas de Willy Wonka, cantaban y reían mientras trabajan.

No son los más rápidos del Oeste, pues se toman su tiempo para todo. Si te sientas a comer en un restaurante, calcula una hora para ser servido. A los 15 minutos te pueden traer un vaso, a los 30 minutos una servilleta, y al rato un cuchillo. Pero bueno, al final comes. Comerás carne seguro si sigues la dieta filipina, cerdo, pollo o ternera. También puedes comer arroz o fideos, por su influencia china.

Para beber son muy aficionados a la cerveza San Miguel, la principal empresa cervecera de allí. Curioso, sí.

Al llegar a las islas del sur, (Filipinas es el segundo país con más islas del mundo), elegimos tres islas para ver: Bohol, Siquijor y Panglao.

Las islas son salvajemente inéditas. Es una delicia que no estén explotadas con miles de resorts y miles de turistas en cada esquina. Alquilar una moto y recorrer su única carretera y cientos de caminos, descubriendo cascadas y playas sin apenas personas, merece el viaje. Disfrutamos parando a nuestro aire en cada pueblecito. Los lugareños nos miraban con sorpresa y nos saludaban alegremente; hola, hola.

Filipinas nos iba dando sorpresas día a día: el día que nos quedamos sin gasolina con la moto, descubrimos que se vendía en botellas de cristal de un litro de Coca-Cola en puestos al lado de la carretera. El día que nos cancelaron un ferry entre dos de las islas, descubrimos que un ciclón aparece y desparece como por arte de magia. Que te puede diluviar durante 5 minutos y que luego sale el sol y seca lo que puede dentro de la humedad que hay.

El regateo está permitido como en otros muchos lugares de Asia pero de nuevo, yo recomiendo no agobiarse con esto. Es tanta la diferencia entre el Euro y el Peso Filipino que si sales perdiendo, nunca será más de un euro.

Tienes la sensación que has visitado otro mundo. Exótico y diferente. Amigable pero extraño. No es nuestro hogar pero en parte, sonríes al pensar que has sobrevivido y que esa experiencia será irrepetible y única.

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